El miedo a la muerte le hacía pensar constantemente en ella, querer conocerla, incluso que fuese su amiga.
Jimmy exprimió este pensamiento y esta fue la última gota: la muerte no es otro ser. Yo seré la muerte, tú serás la muerte, él será la muerte y así hasta el último plural.
Asoció muerte con «paz», con «tranquilidad», con «el fin de la burocracia» y quiso poder disfrutarla.
Así que Jimmy decidió que sería un muerto viviente y deseó ser aceptado como tal. Incluso, trataría de pedir subvención.
Le llegó a casa una carta de hacienda y no la abrió, pero tampoco la miró mal.
«Hoy estoy muerto», respondía cuando le proponían hacer algo que no le apetecía. Algunos amigos se enfadaban: «Jimmy, estás muerto cuando te interesa». Pero sus resurreciones siempre alegraban y todo enfado se esfumaba.
«Te echamos de menos», le decían cuando lo veían como ausente.
Ya empezaba a disfrutar de la muerte y el hambre no le faltaba.
Llevaba cinco meses muerto en vida y se dedicó a observar perdices de muy cerca.